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miércoles, 2 de junio de 2010

¿Es tu relación una relación simbiótica?

Por: Psic. Teresa Gonzalez Ortiz


….Tu mi complemento mi media naranja……….. Porque eres tu mi sol la fe con que vivo la potencia de mi voz los pies con que camino, eres tu amor, mis ganas de reír el adiós que no sabré decir porque nunca podre vivir sin ti…


Existe una sed de amor, al ver incontables películas basadas en historias de amor cuyo final versa “y vivieron muy felices para siempre”, o escuchar infinidad de canciones que hablan del amor. Y, sin embargo, a todos en proporciones variables, ha llegado a ocurrirnos albergar expectativas demasiado elevadas, que nos exponen a la decepción. Solemos apostar muy alto, Idealizando lo que creemos amar. Sobrevalorar la realidad nos salva de la banalidad, pero también nos expone a la decepción.


La sobrevaloración patológica es más frecuente en las personas que sufrieron carencias afectivas en su primera infancia, sus ideales deben satisfacerlos a un punto que nunca han experimentado. En realidad esto no es siempre posible puesto que estas exigencias se dirigen a demandas que en su momento no fueron satisfechas.


Así que la pasión, el deseo, el alma gemela… en el principio de nuestra vida amorosa, siempre funcionamos con representaciones del otro, calcadas de la pareja de nuestros padres. Más tarde, luego de varios fracasos, tomamos lo mejor de cada una de nuestras historias para constituir una imagen concreta de perfección inalcanzable. Más sorprendente es que la idealización de la pareja puede ofrecer un medio a los miembros de la misma para no cuestionarse “como actualmente se admite cada vez más que la relación amorosa es difícil y que es necesario esforzarse por ella, entonces uno se refugia en el amor simbiótico: si todo va maravillosamente bien, no hay nada por lo que esforzarse”.


El término simbiosis se tomó prestado de la biología, la cual nos explica lo siguiente:


Simbiosis, que significa “vivir juntos” es un término que abarca un gran espectro de relaciones. En un extremo se encuentran las relaciones parasitarias, en las que un miembro de la asociación se beneficia a expensas del otro, causando daño a éste. En el otro extremo encontramos las relaciones mutualistas en las que ambas partes obtienen beneficios, hasta donde se sabe, de manera equitativa. Entre estos extremos se encuentra el comensalismo, en el cual los beneficios se inclinan hacia un lado de la relación, pero el daño al otro es mínimo.


Fromm en su libro el arte de amar, menciona que “la unión simbiótica tiene su patrón biológico en la relación entre la madre embarazada y el feto. Son dos y, sin embargo, uno solo. Viven juntos (sym-biosis) se necesitan mutuamente. El feto es parte de la madre y recibe de ella cuanto necesita: la madre es su mundo, por así decirlo; lo alimenta, lo protege, pero también su propia vida se ve realzada por él. En la unión simbiótica psíquica, los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo de relación”.


Para Bowlby, el apego es una conducta instintiva, activada y modulada en la interacción con otros significativos a lo largo del tiempo. Por apego se entiende el lazo afectivo que se forma entre el niño y su figura materna. Este vínculo se infiere de una tendencia estable a lo largo del tiempo de buscar proximidad y contacto con esa figura específica.


Existen los niños seguros, evasivos y ansiosos. De la misma manera cuando crecemos los adultos nos transformamos en personas de carácter (en cuanto a los vínculos establecidos) seguras, evasivas o ansiosas.


El ansioso, que es lo mismo que decir el dependiente emocional, es el que se pregunta continuamente si le quieren y teme continuamente el abandono. El ansioso desarrolla una profecía autocumplida: teme de tal manera al abandono que muchas veces acaba por provocarlo. Desea mucho una conexión fusional con su pareja pero, pese a ello, tiende a boicotear inconscientemente esa conexión. El problema es que no sabe establecer esa conexión porque, como en su infancia vivió con un cuidador ambivalente, desea la intimidad tanto como la teme y no sabe ser íntimo de forma saludable. Por eso, cuando la relación alcanza un nivel estrecho de intimidad, la boicotea inconscientemente.


La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión. En la relación simbiótica la persona se encuentra relacionada con otras, pero pierde, o nunca obtiene, su independencia; rehúye el peligro de la soledad, escapa del intolerable sentimiento de aislamiento convirtiéndose en una parte de otra persona que la dirige, la guía, la protege, que es su vida y el aire que respira por así decirlo. Busca la seguridad adhiriéndose a otra persona. Se exagera el poder de aquel al que uno se somete, se trate de una persona o un dios; el es todo, yo soy nada, salvo en la medida en que formo parte de él.


La relación simbiótica termina por extinguirse al no evolucionar. Durante ese tiempo, y debido a que nuestra pareja real no es esa criatura amorfa que fue compuesta a partir de nuestros fantasmas personales, le reprochamos no ser sino apenas ella misma.


Se concluye que, aunque se tiene la creencia de que enamorarse es la culminación del amor, en realidad es en verdad el encubrimiento de la soledad y nada misterioso hay acerca de ello, pero es una ganancia que se puede perder con la misma rapidez con la que ha sido obtenida.


“El temor a no responder a las expectativas de los demás, puede llevarnos a sacrificar la posibilidad de ser dueños de nuestra propia vida”

1 comentario:

Anónimo dijo...

no tengo relacion simbiòtica, ya q no tengo novia, pero entonces dime, tu tere, hay chance de elegir, pues como veo, no aparentemente ya esta determinado, que por alguna causa o razon tengo pareja. creo q cuando uno quiere compartir lo que ya uno es, sin buscar en la otra algo que crea que me falta, yo podre tener una relacion estable. acepta mi comentario no.. tere.. soy bicho...