A menudo todas las personas se encuentran en una situación de chantaje emocional sin reconocerla como tal, esto es así, en gran parte, porque el chantaje emocional no hace sino llevar al extremo un comportamiento que encontramos y aplicamos de forma permanente: la manipulación. Existen muchas formas de manipulación que no son negativas. Todos en algún momento nos manipulamos unos a otros, y somos manipulados. Hemos aprendido una gran cantidad de formas para manipular a los demás y conseguir lo que queremos. Un ejemplo muy claro es una frase común “¡Qué calor hace, sería bueno que alguien abriera una ventana!”, en lugar de decir “Por favor ¿Podrías abrir la ventana?”.
Es sorprendente lo difícil que puede resultarnos ser directos, incluso en las cosas más sencillas de la vida cotidiana y, tanto más, cuando deseamos algo importante y son muchas las cosas involucradas. ¿Por qué no pedimos lo que queremos? Porque pedir es riesgoso. ¿Qué pasa si el otro nos dice que no? Muy pocas veces hacemos saber a los demás, sin rodeos, en forma clara y directa, lo que deseamos. Si decimos qué queremos y qué sentimos, tememos exponernos. ¿Y si después nos sentimos frustrados o, peor aún, rechazados? En cambio al no pedir algo directamente, la eventual negativa del otro no tiene el impacto de una negativa directa; al menos es lo que suponemos y lo que nos hace sentir menos mal.
No pedir algo de manera directa es también una forma de parecer menos agresivos o exigentes. Es más fácil buscar opciones indirectas para indicar a los demás lo que queremos, con la esperanza de que ellos sepan leer entre líneas e imaginar que es lo que realmente deseamos. “Me parece que el perro quiere salir”, solemos decir, esperando que el o los destinatarios capten la indirecta. En ocasiones lo hacemos incluso sin utilizar palabras. Insinuamos lo que queremos por medio de suspiros, un gesto, o lo que hemos llegado a conocer como “una de esas miradas”. Todos utilizamos estos recursos, y todos, también, aprendimos a interpretarlos cuando los captamos en quienes nos rodean, hasta en la mejor de las relaciones.
Pero existe un momento, claramente marcado, en el que esas pequeñas manipulaciones cotidianas se convierten en algo más nocivo. La manipulación se convierte en chantaje emocional cuando es utilizada reiteradamente para obligarnos a cumplir con las demandas del chantajista, a costa de nuestros propios deseos o bienestar.
Al hablar de chantaje emocional, nos referimos a conflicto, poder y derechos. A medida que el chantaje emocional comienza a infiltrarse, se siente un cambio importante en el ambiente que nos rodea, las amenazas y las presiones se convierten en parte integral de la vida cotidiana. Aparece una marcada frialdad y perdemos gran parte de la flexibilidad que nos permite eludir con serenidad y seguridad los obstáculos que aparecen.
Cuando esa flexibilidad existe, es my fácil tomarla como algo natural y restarle importancia. Todos los días, sin demasiado esfuerzo o trauma, negociamos miles de detalles de nuestra existencia cotidiana: En qué restaurante comeremos, qué película iremos a ver, de qué color se pintará el comedor o dónde realizaremos la fiesta de la empresa. En muchos casos el resultado final no es demasiado trascendente y la persona que manifiesta las preferencias más marcadas es quien por lo general impone su voluntad.
Pero a pesar de un grado normal de desacuerdo y manipulación, prevalece un ritmo de concesiones mutuas y un sentimiento de equilibrio y equidad. Son muchas las cosas en las que podemos ceder con un mínimo de efecto negativo y una rápida integración de nuestro ego y energía. Al mismo tiempo, también esperamos que, a veces, otros cedan a nuestros deseos, gestos u opiniones.
Es importante no calificar cada conflicto de intereses, cada expresión de sentimientos intensos y casos particulares de fijación de límites con el emblema de chantaje emocional. Se trata de un aspecto ambiguo, sobre todo desde que se pone tanto énfasis en la expresión de los sentimientos y en la fijación de límites. Cuando una persona quiere algo y la otra no quiere lo mismo, ¿Hasta qué punto resulta razonable la presión de uno y otro? ¿En qué momento esa presión excede los límites aceptables?
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